miércoles, 1 de octubre de 2008

Capítulo uno

Las cosas estaban borrosas y había una iluminación tan resplandeciente que me era imposible ver.
De repente todo se volvió negro, pero no era oscuridad precisamente, parecía como si de la nada hubieran puesto un telón negro y tu vista no pudiera ir más allá de eso. Yo no sabía si caminaba o flotaba, ni si estaba dando pequeños círculos o si iba en línea recta. Todo parecía tan monótono, tan irreal. No sabía en dónde me hallaba ni me preocupaba, apenas tenía conciencia de mí mismo.
Y mientras seguía caminando sin sentido, ese telón negro que me había quitado todo el campo visual se abrió y una luz me sosegó. Cuando mis ojos se acostumbraron al brusco cambio me acerqué a esa pequeña brecha que se había abierto.
Del otro lado era de día. No veo muy bien cuando aparece el Sol, prefiero la luz de la luna, pero todo era mejor comparado con esa extraña cortina negra donde minutos antes había estado.
Miré a mí alrededor, intentando reconocer el sitio en el que me hallaba, sin saber que, muy pronto, me arrepentiría de haberlo hecho. Estaba en un campamento de humanos.
En lo que parecía ser el centro del lugar había un enorme palo clavado en la tierra de tres o cuatro metros aproximadamente rodeado de un pilón de madera cortada. Curioso, me acerqué. Cuando estuve a tan solo unos metros de distancia una risa demoníaca irrumpió en el absoluto silencio.
Me di vuelta asustado y giré la cabeza hacia todos lados, buscando al ser que había producido semejante carcajada, pero no lo encontré. Quedé unos minutos inmóvil.
Silencio.
Aguanté la respiración, atento a cualquier sonido que pudiera surgir.
Silencio.
Un escalofrío empezó a recorrer todo mi cuerpo, temblaba de pies a cabeza. Era una sensación punzante que me hacía estremecer del horror.
Un leve crujido de hojas se escuchó de tras mío.
Totalmente dominado por el miedo giré la cabeza. En el centro del campamento había una mujer atada al enorme palo. Era alta, esbelta, flaca, con una cintura muy marcada y una piel totalmente blanca. Pero a pesar de su palidez era hermosísima. El cuerpo estaba muy erguido, a excepción de la cabeza, que la tenía levemente inclinada hacia abajo.
-¿Madre?
La mujer levantó bruscamente la cabeza y sus ojos se clavaron en los míos, unos ojos negros como la noche que suplicaban ayuda.
Pude contemplarla tan solo unos instantes, una espesa nube de humo proveniente del de las maderas y hojas ubicadas a los pies de ella la tapó.
Las ramas no tardaron en convertirse en cenizas, y el fuego se apresuró en quemar todo a su paso, trepando ágil y sin culpa por la frágil piel de la mujer.
-¡No!- grité aterrado mientras me levantaba de mi lecho, dándome la cabeza contra el techo de la cueva.
“Por una vez, tan solo por una vez, me gustaría poder dormir durante todo el día, sin pesadillas ni sobresaltos” dije en mi fuero interno, frotandome fuertemente la frente.
-¿Otra pesadilla?
Miré hacia el otro extremo de la cueva, donde un enorme lobo reposaba tranquilamente sobre la fría piedra. Estaba de espaldas a mí, así que no podía verle la cara.
-Sí- me limité a responder.
-¿Sobre tu madre?
-Sí- repetí.
-¿Se quemaba en la fogata de un campamento?- preguntó mi padre.
-Sí
-Podrías tener un poco más de imaginación.
Esa respuesta definitivamente no me la esperaba ¿Quién se creía para burlarse de mis pesadillas? ¿Y él? Él también murmuraba infinidad de veces el nombre de mi madre en sueños. Además, desde su muerte, se comportaba de una manera insoportable. Nunca tenía ganas de hacer nada, se quedaba sentado en la entrada de la cueva contemplando los árboles del bosque que teníamos en frente durante toda la noche.
-Por lo menos no me convertí en un muerto viviente.
Ese comentario no pareció agradarle en absoluto y tuvo la decencia de mirarme. Un leve rugido de amenaza salió de su hocico, mostrando sus afilados dientes y observándome con sus profundos ojos negros.
“Perfecto” me dije “si soy yo el que recibe la burla debo callarme y si es él tiene todo el derecho del mundo a ofenderse”. No podía aguantarlo más.
-Adiós- dije parándome sobre mis cuatro patas.
-¡Vuelve aquí!- lo oí gritar, pero apenas le di importancia. Solo deseaba apartarme de mi padre, de mi hogar y de todo lo conocido.

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