jueves, 1 de enero de 2009

Capítulo seis

Las tres primeras noches que estuve dentro de la casa no dormí, me empeñé en intentar leer un libro, cuyas letras empezaban a tener sentido a medida que practicaba, pero, claro, tres noches de insomnio tuvieron sus efectos en el cuarto día.
Cuando escuché unos pasos acercarse al cuarto que me habían dado escondí el libro, me acosté y me esforcé por tener una respiración lenta y regular, típica de un humano sumergido en un sueño profundo.
- Adrik, es hora de desayunar- dijo una de las sirvientes del lugar- ¿quiere desayunar aquí o prefiere que le deje el desayuno en el comedor?
Esa palabra la odiaba. “Desayunar”, aceptaría encantado si no fuera porque eso implicaba ingerir unos pedazos de pan con una especie de pasta blanca media amarilla o, en el mejor de los casos, de un rojo muy oscuro.
-Aquí
-¿Cómo va a querer las tostadas? ¿Con manteca o dulce de membrillo?
- Dulce de membrillo
-Enseguida le traigo señor- y los pasos se alejaron de la puerta.
No tardó mucho hasta que volviera con una bandeja con el desayuno.
La miré y pudimos intercambiar unas miradas, pero fue muy breve ese tiempo, ella bajó los ojos enseguida y las mejillas se le tornaron rojizas.
- ¿Por qué tus mejillas se vuelven rojas cada vez que me miras?- le pregunté, ese cambio de color me daba mucha curiosidad.
Mi pregunta intensificó el color de sus mejillas.
- Emm… no lo sé- contestó evidentemente avergonzada.
- Oh, lo siento, no era mi intención incomodarte.
-¿Tu nunca te sonrojas?- me dijo con tono respetuoso, pero como defendiéndose.
-Ojalá pudiera- respondí automáticamente y enseguida me paralicé por lo que había contestado.
Me miró extrañada, pero en su condición de sirvienta se obstuvo de preguntar.
-Cualquier cosa digame, lo atenderé enseguida- dijo, y se marchó, dejándome solo en el cuarto.
Suspiré, aliviado. Debía ser más precavido si no quería terminar en la horca.
Después de unos minutos agarré las tostadas y las envolví en un pañuelo. Ya me desharía de ellas luego.
Cuando me senté en la cama me di cuenta de lo cansado que estaba, me costaba mucho mantener la cabeza alta.
Ese día, la familia quiso recorrer la ciudad para mostrármela.
La ciudad no estaba nada desgastada, eso hacía evidente que aún no tenía tanta historia. Los edificios tenían tallado muchísimos adornos, pero lo que más llamaba mi atención eran las personas. Por un momento pensé que eran varias especies deferentes conviviendo en un mismo lugar, pero no, eran todos humanos, con la misma estructura básica, pero el color de su piel variaba del negro azabache a un blanco un poco más oscuro que el mío. Con el pelo sucedía lo mismo, algunos eran morochos, otros rubios, muchos castaños y muy pocos pelirrojos.
Pero no era sólo la apariencia lo que los diferenciaban, sino también las vestimentas y posturas que tenían. Las personas de piel blanca por lo general lucían ropas muy adornadas, limpias y suaves, y caminaban completamente seguros de sí mismos, rectos y con la cabeza en alto, mientras que los de piel oscura andaban cabizbajos, con la espalda encorvada y con sus ropas sucias y rotas. Muchos iban detrás de algún humano blanco y de estos, la gran mayoría, los miraban con miedo.
Tan atontado estaba de ver a esos humanos tan parecidos, pero a la vez tan diferentes que ni me percaté de que un hombre de una tez morena se acercó.
- ¿Desea algo mi señor?- dijo sin atreverse a mirar a los ojos a Rodrigo
- Trae algo de agua y luego limpia las herraduras de mi caballo- ordenó, escupiendo cada una de las palabras con un desprecio que jamás le había visto antes.
El hombre salió enseguida como un conejo asustado, listo para cumplir las ordenes pedidas lo más rápido posible.
-Creo que lo venderé, ese esclavo es de lo más inútil- dijo Rodrigo con la misma cara de desprecio que antes.
Yo no lo podía creer y tardé varios segundos en poder hablar.
-¿Por qué lo tratas así? ¿No son de su… de nuestra misma especie?
-¡Cuántas preguntas! Tu siempre curioso – rió un poco y luego continuó-, los siervos son casi como animales, pero más útiles… a veces- dijo, desviando la mirada hacia su esclavo en las últimas palabras.
-Eso no explica que lo trates así, y si son animales… me da la sensación de que tratas mejor a tu caballo que a él- respondí.
-Adrik, son de color- dijo como si con eso me aclarara todo, al parecer se dio cuenta de que eso no satisfacía mi pregunta y agregó- tienen la piel oscura, no son puros, no son blancos.
Sus respuestas me confundían cada vez más. ¿Qué son los blancos? ¿Por qué no son “puros”? ¿Qué importancia tenía que tuvieran la piel oscura? Le pregunté todas mis dudas, pero él suspiró y se limitó a responder: “Tengo que darte clases de historia”.