Esa mañana comenzó con una brecha de luz que había en la salida de mi carpa y que me golpeó los ojos. ¿Cómo hacían para sentirse cómodos caminando con ese sol radiante y caluroso? La noche, eso sí que es comodidad. Es fresca, silenciosa, bella y, sobretodo, se ve muchísimo mejor.
Ya estaba cansando de caerme por cada raíz que sobresalía del piso, pero al parecer eso era lo normal. Mis caídas eran muchísimo menos que las de la mayoría de los soldados. No podía evitar reír por lo bajo cada vez que me imaginaba a cualquiera de esos humanos caminar de noche. Si tantas veces se caían de día, cuando, supuestamente, sus ojos veían bien ¡lo que sería en plena oscuridad!
Pero a medida que nos acercábamos a destino, el suelo se iba haciendo más liso y con mucha menos vegetación.
Nunca me había alejado tanto de mi hogar, pero no sentía anhelo de volver, solo urgencia, necesidad y por sobre todo, curiosidad.
Pero no relataré toda la llegada hasta la casa de Rodrigo, porque, si bien para mi fue de lo más extraño y entretenido, sé que para un humano no lo sería. Así que sólo diré que llegamos hasta las puertas de Buenos Aires y tardé varios segundos en recordar como se cerraba la boca. Mi fascinación no pasó inadvertida, los soldados me miraban con extrañeza, incluso llegué a escuchar como Víctor le susurraba a uno de sus compañeros: “¿cuánto tiempo habrá estado con los indios?”.
Rodrigo intentó parecer desinteresado por mi reacción y simplemente saludó al resto y me llevó hasta su casa.
Antes de llegar, dos mujeres salieron disparadas de la puerta y saludaron con entusiasmo al recién llegado, tardaron bastante en percatarse de mi presencia.
Yo aproveché para examinarlas, ya que todavía no había entrado en contacto con el sexo femenino.
Eran bastante parecidas a las formas humanas femeninas de mi especie. Eran de piel más oscura, con los músculos bastante débiles y ojos más claros. Maso menos las mismas diferencias que yo tenía con los humanos.
Yo ya conocía algunas cosas de ellas por lo que me había contado Rodrigo y enseguida pude distinguir quién era Elizabeth, la madre y quién la hija, Inés.
Elizabeth me miró evaluativa y pareció sorprenderse del resultado. Inés hizo otro tanto, asombrada y con curiosidad.
- ¿quién es él?- pregunto la menor de las mujeres.
- ¿Por qué no se lo preguntas tú misma?- le respondió el padre.
Al ver que ella titubeaba, Elizabeth salió en su ayuda.
-Hola muchacho, dime, ¿cómo te llamas?
No estaba seguro qué responderle. En el campamento siempre se habían dirigido hacia mí como “el nuevo”, “el indio” o “el raro”. Pero el problema no era que me faltara nombre, el problema era que mi nombre jamás podría ser pronunciado por ellos. ¿Qué le diría? ¿Qué suena parecido al crujir de las hojas secas? ¿Al chocar de las rocas arrastradas por la corriente? “Dr” era un sonido que se asemejaba un poco, pero mi nombre tenía una mayor duración y opté por agregarle una “i”. En el final de la pronunciación se tenía que producir un sonido seco y cortante. Hubiera puesto la “c”, pero esta a veces sonaba como “s” o como “k”, y no estaba seguro que fonética adoptaría. Prefería terminar con la “k”, cuya pronunciación no tenía duda. Busqué en mi memoria alguna letra más del alfabeto humano, recordé la primera y enseguida decidí utilizarla para completar el nombre.
- Adrik- respondí, aliviado de que nadie había notado mi pausa.
- ¿Adrik? ¡Qué extraño nombre!
Y esa fue toda la conversación. No soy muy bueno para las conversaciones, aunque, debo admitir, tampoco me he esforzado en serlo. Mi forma de aprender es a partir de la observación y para tener una mejor vista, mis acciones siempre han sido de segundo plano. Quizás también se debiera a mi temor por ser descubierto.
Y si bien he intentado no llamar la atención, por muchos días fui el tema de conversación. Las mujeres varias veces se me acercaban y me pedían algo con algún falso pretexto ¡Recién ahora me doy cuenta de sus verdaderos motivos! Y ahora comprendo también esas miradas de odio que me dirigían los hombres.
¡Qué tontos son! Se dejan engañar tan fácilmente por las apariencias. Y pensar que esas mujeres no tenían idea de que se habían enamorado de un monstruo. ¿Cuántas veces habré aguantado ese olor dulce y sabroso que emanaba su sangre? ¿Y cuántas no habré podido soportarlo?
Ya sé, suena escalofriante la idea de que haya matado a mujeres inocentes, pero no voy a mentir. Quiero contarles esta historia, y no me da miedo que me descubran, porque sé, que por más veces que les repita que soy un ser peligroso, un monstruo, ustedes seguirán pensando que se trata de una simple persona escribiendo una historia. La sociedad se ha vuelto demasiado soberbia y sus ojos se han vuelto ciegos. En los tiempos de los indios… ¡Hay! ¡Ahí sí que había que cuidarse! Aunque… ahora son los humanos los que tienen que cuidarse. Me he hecho amigo de muchos de su especie y me duele pensar que si alguna vez tienen que caminar en las frías noches de la ciudad, puede que ya no los vuelva a ver.
Los humanos han destruido nuestro hábitat, el nuestro y el de todos los animales. Hoy en día no hay muchos de mi especie. Nosotros somos muy conservadores y preferimos morir antes que aceptar los cambios. Mejor dicho… ellos. He tomado decisiones tan absurdas y locas y he aceptado tantos cambios que ya no encajo en las definiciones de mi especie.
Sé que algunos no han tenido el valor de despedirse de este mundo y han intentado adaptarse.
Desearía seguir contándoles esta historia, pero ahora debo irme. Allá lejos veo la luna, hermosa como siempre, y mirarla, me atrapa, me pierdo en su blancura. Me voy, pero antes de irme les diré una cosa. No todas las desapariciones que salen en las noticias han sido a causa de algún humano. Tampoco nos echen toda la culpa, varios de su especie han cometido crímenes mucho más terroríficos que nosotros, y lamento decirlo, pero he sido testigo de varios. Quizás les cuente algunos, pero más tarde… la luna espera.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)